Carlos Fuentes y Poza Rica
Carlos Fuentes y Poza Rica

Por Mario A. Román del Valle/ informatePR

En la pasada entrega de este ensayo, planteábamos que en los setenta, el laureado escritor Carlos Fuentes publicó un thriller petrolero en el que abordaba el problema de las reservas petroleras mexicanas, su importancia estratégica mundial y el valor que tiene ésta industria en términos de la soberanía energética y como sustento de una identidad cultural, que busca fortalecer la independencia económica y política del país.

Ahora intentaremos realizar un análisis de la estructura, las características estéticas y literarias, y la trama interesantísima de la novela negra que Fuentes intituló “La cabeza de la hidra”.

Una novela negra sui generis

Desde que apareció publicada, La cabeza de hidra, los críticos y los estudiosos de la obra de Fuentes, han debatido acerca del subgénero en el que había que clasificar a esta novela de más de 140 páginas. Algunos han planteado que era una novela policiaca, mientras que la mayoría de los especialistas la han ubicado como una novela negra, es decir, de acción y suspenso.

Así, por ejemplo, para Edith Negrín, La cabeza de la hidra es “una novela de acción donde el juego de la inteligencia empieza por la investigación de un asesinato aún inexistente y se topa con el espionaje internacional” (1). Otros, como Ignacio Trejo Fuentes, advierten que en ésta obra encontramos elementos constitutivos del thriller o novela negra, tales como “crimen, suspenso y misterio de modo protagónico”, además de incluir otras características del subgénero mencionado: elementos de actualidad, concomitantes a la época de elaboración, así como temas relacionados con las problemáticas social, económica y política (2).

Empero, cabe señalar que en esta novela no todo es suspenso y acción, pues en la misma se incluye una reflexión, profunda y lúcida –no podía ser de otro modo en un trabajo de Fuentes-, sobre los grandes problemas sociales y económicos de México (la pobreza, la corrupción, el subdesarrollo). Es decir, como apunta Ibargüengoitia, la obra contiene varios elementos de un brillante ensayo (3). 

Otro aspecto que llamó poderosamente la atención de los críticos fue el desempeño del narrador en la historia. En los primeros 18 capítulos de la novela, las acciones son relatadas en tercera persona, por un narrador omnisciente, en apariencia fuera de la acción, y que con frecuencia asume el punto de vista del protagonista, Félix Maldonado (4).

En el capítulo 19, el narrador cambia a la primera persona. Y luego sabemos que la voz pertenece a un personaje, antiguo amigo de Félix de la época en que ambos estudiaban un posgrado en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. En el tiempo presente de la trama, el amigo se ha convertido en “un empresario nacionalista” (5), defensor de las reservas petroleras mexicanas, al que Félix llama Timón de Atenas. Sin embargo, durante toda la historia continuará siendo un narrador omnisciente y ubicuo.

En la última parte de la novela se revelan los ambivalentes nexos afectivos entre ambos personajes, y no obstante ello, el desempeño del narrador seguirá siendo el de un poder absoluto, frente al cual Maldonado se encuentra inerme.
La historia, como observa Fernando García Núñez, es un universo en el cual, gracias al narrador deicida Timón, se abolió el azar y los acontecimientos obedecían a la necesidad. De esta manera, al analizar la imposibilidad del libre albedrío en ésta historia novelesca, el propio García Núñez, encuentra en la dependencia que tiene Félix un metáfora política: “le inminencia de la dependencia de México de los Estados Unidos y de la Unión Soviética”. Más aún, la propuesta de que “todos los países y todos los individuos de alguna manera u otra, voluntaria o involuntariamente sirven a los intereses de esos superpoderes” (6).

La cabeza de la hidra es un thriller con el sello inconfundible de Carlos Fuentes. En esta obra, Poza Rica y su tradición de rescate nacionalista del petróleo, juega un rol central. 

Es tiempo de recapitular. La cabeza de la hidra es una historia muy interesante, con una trama en la que se incluyen aspectos cruciales del México contemporáneo, con acciones vertiginosas, que vale la pena leerse y analizarse a fondo. Es un producto literario sui generis, pues es una novela negra pero no tan sólo es eso, sino que también es “una intriga atravesada por reflexiones y propuestas ideológicas, una narración de espionaje humorística, simbólica y con un filo político, un thriller (con la marcada indeleble) de Carlos Fuentes” (7). 

Una trama intrigante

Ahora apuntemos una breve semblanza sobre el desarrollo de la trama de nuestra novela. La historia inicia informándonos que Félix Maldonado es un economista, que estudió en la UNAM, y es un funcionario medio, Jefe del departamento de análisis de precios, en la Secretaría de Fomento Industrial (recordemos que en aquel tiempo esta secretaría se encargaba de las cuestiones relacionadas con la estratégica PEMEX).

Pronto Maldonado estará inmiscuido en una complicada red de espionaje. Será usado innoblemente por dos bandos en pugna –los árabes de la OPEP y los judíos-, los cuales intentan aprovechar las vastísimas reservas petroleras mexicanas para influir determinantemente en el convulso mercado energético mundial. 

Y sin dejar de avanzar en la exposición de dicha red, el famoso autor, quien en 1994 ganó el Premio Príncipe de Asturias, se da tiempo para describir los evidentes y terribles contrastes económicos y sociales que afectan a esa monstruosa urbe, que es la región más transparente, según el mismo definió a la ciudad de México. El funcionario Maldonado abandona las lujosas oficinas de la secretaría de fomento industrial, que se ubican en la avenida Cuauhtémoc, en las inmediaciones de la populosa colonia de los Doctores:
“Durante más de una hora, Félix Maldonado caminó sin rumbo, confuso. Lo malo de la Secretaría es que estaba en una parte tan fea de la ciudad, la Colonia de los Doctores. Un conjunto decrépito de edificios chatos de principios de siglo y una concentración minuciosa de olores de cocinas públicas. Los escasos edificios altos parecían muelas de vidrio descomunalmente hinchadas en una boca llena de caries y extracciones mal cicatrizadas” (8).

Los tecnócratas, casi como una casta privilegiada, terminan por tener una “sensibilidad” clasista, aunque provengan de una ciudad petrolera, progresista y de fuerte raigambre cultural obrerista. Los olores de la comida popular, la basura de las calles, la mugre y la pobreza les lastiman los sentidos.

“Se fue hasta Doctor Claudio Bernard tratando de ordenar sus impresiones. Lo distrajeron demasiado esos olores de merenderos baratos abiertos sobre las calles. Dio la vuelta para regresar a la Secretaría. Se topó con un puesto de peroles hirvientes donde se cocinaban elotes al vapor. Se abrió paso entre las multitudes de la avenida llena de vendedores ambulantes. Se rebanaban jícamas rociadas de limón y polvos de chile. Se surtían raspados de nieve picada que absorbían como secante los jarabes de grosella y chocolate”.

“Más que nada, sintió que su voluntad desfallecía. Respiró hondo pero los olores lo ofendieron. Se metió por Doctor Lucio y una cuadra antes de llegar a la Secretaría vio a una mendiga sentada en la banqueta con un niño en brazos. Era demasiado tarde para darles la espalda. Sintió que los ojos negros de la limosnera lo observaban y lo juzgaban. Era lo malo de caminar a pie por la ciudad de México. Mendigos, desempleados, quizás criminales, por todos lados. Por eso era indispensable tener un auto, para ir directamente de las casas privadas bien protegidas a las oficinas altas sitiadas por los ejércitos del hambre” (9).

Para no pasar cerca de la indígena miserable, Félix decide cruzar a la acera de enfrente, y desde ahí observa que la mujer era en realidad “una niña indígena, de no más de doce años; descalza, morena, tiñosita, con un bebé en brazos, tapadito por el reboso”. 

El burócrata regresa rápidamente a la comodidad y el aislamiento que le brinda su lujosa oficina. La mendiga continúa ahí, sentada en plena banqueta, con la mano extendida, pidiendo limosna.

Son imágenes cotidianas de un México contradictorio, absurdo y altamente injusto. (2009)

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N O T A S

1.- Edith Negrín, “La cabeza de la hidra, entre la cultura y el petróleo”, en P. Popovic Karic (compil.), “Carlos Fuentes: Perspectivas críticas”, México, ITESM/Siglo XXI, 2002, p. 21.
2.- Ignacio Trejo Fuentes, “Segunda voz. Ensayos sobre novela mexicana”, México, UNAM, 1987, p. 10.
3.- Jorge Ibargüengoitia, “En primera persona. Un nuevo libro de carlos Fuentes (La cabeza …)”, en Revista VUELTA, núm. 20, julio de 1978, p. 28.
4.- E. Negrín, op. Cit., p. 25.
5. C. Fuentes, “La cabeza de la hidra”, México, Alfaguara, 1978, p. 231.
6.- Fernando García Núñez, “La imposibilidad del libre albedrío en La cabeza de la hidra”, en revista CUADERNOS AMERICANAOS, Núm. 1, enero-febrero, 1984, p. 227.
7.- E. Negrín, ob. cit., p. 24.
8.- “La cabeza …, p. 8.
9.- Ibid., pp. 8 y 9.

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