– Muertos sin cristiana sepultura y miles de damnificados en aquel fatídico octubre
Por Francisco de Luna/ informatePR
Poza Rica, Ver.- El desastre acontecido en octubre de 1999 los habitantes del Totonacapan lo consideraron, El Año de la Bestia. Tuvo muchas causas. Algunos grupos evangélicos veían en esa fecha un 666 invertido. Cosas terribles habrían de ocurrir en él. No se equivocaron. Otro sector relacionó el próximo término del milenio con el fin del mundo. Vieron indicios de destrucción. Recurrieron también a la explicación del castigo divino.
De esa forma cita en los primeros párrafos la investigación acerca de desastres naturales, la geógrafa Gabriela Vera Cortés, quien analizó la construcción de la vulnerabilidad social y el riesgo en el Totonacapan.
No dejaba de llover el 4 de octubre, el agua caía cada vez con mayor intensidad, pasaron horas, nadie sabía que era lo que ocurría, por que los cerros comenzaron a desplomarse, sepultaban viviendas con familias enteras. Las rocas se desprendían y destruían a su paso. Algunos tenían que huir de sus casas, pero ningún lugar era seguro y mucho menos de noche. Los caminos y las calles se partieron, decenas de familias quedaron incomunicados. Ya no había hacia donde correr.
Los ríos comenzaron a sonar con mucha fuerza, después de las 11:00 de la noche, ese 4 de octubre todo se convertía en miedo, los niños eran los más asustados, las mujeres lloraban, los hombres intentaban proteger a su familia.
Comenzaban las primeras horas del martes 5 de octubre de 1999, cuando los pobladores que habitaban en las partes bajas, comenzaron a observar con asombro la cantidad de animales que eran arrastrados por las aguas, pero la sorpresa fue mayor al ver que las casas también rodaban en los caudalosos ríos. Relatan los protagonistas de la historia de la inundación.
La ciudad de Poza Rica no escapó de la realidad. Un aproximado de 30 colonias resultaron inundadas, miles de damnificados. Casas dañadas, fracturadas y apunto del desplome.
Hubo colonias que quedaron sepultadas por el lodo, fue el caso del Fraccionamiento Gaviotas, hecho que confirmó el entonces Presidente de la República, Ernesto Zedillo Ponce de León, durante su recorrido a la zona del desastre, en donde constató los decesos de personas en Veracruz y Puebla.
“Todavía tenemos muchas localidades aisladas, a las que solamente estamos pudiendo llegar vía helicóptero. Afortunadamente, en los últimos tres días, después de que estuve en la zona, han podido volar los helicópteros. Han sido ya muchas las toneladas de abasto que hemos podido acercar a esas comunidades, pero, en tanto estén aisladas, estaremos muy preocupados y, ciertamente, es una situación de emergencia que no vamos a dejar de atender como lo hemos estado haciendo” respondió en entrevista nacional el ex mandatario federal.
Los más pobres y desprotegidos, veían huir a sus vecinos, armados con sus pertenencias en pequeños bultos, sus perros, gallinas y caballos, en triciclos o a pie, con la esperanza de que descendiera el río.
Los municipios de la zona norte de inmediato quedaron incomunicados, los habitantes de la Sierra del Totonacapan, Sierra Norte de Puebla y la Costa de Veracruz, les fue suspendida la energía eléctrica y nadie estaba informado. Salvo algunas personas que guardaban pilas para sus radios que al término de dos días estas se habían descargado.
Nadie imaginaba que la cercanía con el Río Cazones y las intensas lluvias provocarían el desastre, afectando instalaciones de la Unidad de Ciencias de la Salud de la Universidad Veracruzana, en la colonia Morelos de Poza Rica. El agua había alcanzado un metro 60 centímetros, ocasionando daños en las aulas, cubículos, laboratorios, almacén, cafetería, clínicas equipos audiovisuales, de cómputo, entre otros insumos causando estragos que tardaron tres meses para “normalizarse” cita la investigación de Salud Mental, Investigación diagnóstica, terapéutica y de ayuda de emergencia realizado por Francisco Bermúdez Jiménez, quien realizó el trabajo.
Sin cristiana sepultura
Raúl Mata, uno de los sobrevivientes de la comunidad El Cacahuatal del Municipio de Gutiérrez Zamora, relata que su comunidad quedó bajo el agua. El puente Tecolutla también fue tapado por las aguas. Él y su esposa así como el resto de las personas que intentaban huir, se aferraron a los árboles, a los troncos que remolcaba el río.
Cuenta que la madrugada del 5 de octubre, observaba como las personas que montadas en troncos pedían auxilio, con gritos de desesperación, pero que nadie podía ayudarlos. Otros en dentro del agua alumbraban con sus lámparas “pobre gente, nadie los pudo ayudar, y aún escucho claramente esos gritos de auxilio” relata, al tiempo que prefiere callar por que no soporta contar la historia en la que hubo cientos de muertos.
Bonifacio Flores, quien tiene su domicilio en “El Cerro de la Bandera” en Gutiérrez Zamora, contó que ese lugar fue el refugio de varias familias zomoreñas, y desde ese sitio observaban con temor el Río Tecolutla que había alcanzado niveles impresionantes, lo que originó la muerte de varios lugareños y que no tuvieron cristiana sepultura. Nunca se supo cuántos muertos hubo. Las cifras oficiales no se dieron a conocer.
Los colonos de Poza Rica, cuentan historias similares; quienes aseguran haber visto los cuerpos de ahogados “por montones” en el fraccionamiento Gaviotas, cerca de la calle Pelícanos, donde quedaron atorados en un árbol derribado. Relató Sergio García Cruz, uno de los principales testigos de esa noche de desastre.
Los muertos no tuvieron cristiana sepultura, por que fueron arrojados al río con maquinaria pesada, a otros los enterraron por montón en las cercanías del río, no hubo rezos, no hubo velas, solo el llanto, detallan los habitantes del Fraccionamiento Gaviotas.
Las historias de María Elena Montoya, Raúl Mata, Bonifacio Flores, Patricia Sánchez, Cristina Gómez Reyes Celedonio Martínez, Lilia Montiel y Sergio García Cruz son similares a las de miles de familias que vivieron la catástrofe. Sus recuerdos permanecen intactos y a sus mentes regresan inmediatamente escenas de aguas turbulentas.
Les basta recordar la fecha del 4 de octubre de 1999, día en que la lluvia no dejó de caer toda la noche y durante tres días seguidos; centran su mirada hacia los sitios donde decenas de personas murieron ahogadas, algunos no soportan contar la historia y su mirada se nubla, muerden los labios y guardan silencio.
Hombres y mujeres lloran por familiares que fueron tragados por los ríos. Nunca volvieron a saber de ellos, saben que en algún lugar de la región esos cuerpos quedaron sepultados y por lo tanto “para que sus almas no anden en pena” colocaron cruces afuera de sus casas o en el lugar donde fueron arrastrados por las corrientes.
Los ríos rebasaron su nivel y dejaron bajo el agua a comunidades como San Antonio Coronado, Cacahuatal, Barriles, El Cepillo, pertenecientes al municipio de Gutiérrez Zamora. En esos lugares se cuentan historias que enmudecen a cualquiera, como el de la señora María Elena Montoya, quien se aferró a la vida junto a 23 personas más sobre el techo de su casa misma que ya había sido cubierta por el río en San Antonio Coronado.
Las cobijas en el árbol
De las 400 familias que habitaban la localidad hoy sólo queda un promedio de 120, pues algunos de los que sobrevivieron después de la inundación decidieron abandonar la comunidad. Las viviendas permanecen en el olvido y también marcadas por el agua. Nunca más volvieron ser habitadas. Cuenta Francisco Bermúdez Jiménez, quien realizó el trabajo de Salud Mental, Investigación diagnóstica, terapéutica y de ayuda de emergencia con alumnos de la Facultad de Psicología de la Universidad Veracruzana (UV).
Los relatos recrudecen al contar sobre el árbol de zapote al cual le ataron cobijas, hicieron nudos, entrelazaron ramas por que eso sería la única salvación. A las cobijas se sujetaron decenas de personas, entre ellos niños. La corriente meneaba la cuerda improvisada y de él colgaban familias enteras que luchaban por sus vidas. Los nudos fueron usados como “escalones” para llegar a la copa del árbol en donde permanecieron 60 personas que salvaron sus vidas. Otros no corrieron la misma suerte al ser arrancados por el agua.
Y ha 10 años del suceso aún permanecen esas cobijas colgadas del árbol, como cicatrices del año de 1999 cuando todos lucharon por sus vidas. Están ahí, viejas y deterioradas a veces el viento las sacude; en algunas partes comienzan a despedazarse, pero son las “cruces” de la vida y las tenemos como recuerdo. Explica la señora Maria Elena Montoya.
Río Tecolutla 9 metros sobre su nivel ordinario
En las partes bajas de las cuencas se tuvo reportes que los niveles de agua incrementaron 4 metros 50 centímetros sobre su nivel ordinario, en los ríos Tuxpan y Cazones, 4 metros 20 centímetros en Nautla y 9 metros en el Tecolutla. En este último se generaron avenidas con gran capacidad destructiva que originaron el deslizamiento de laderas.
Hubo azolvamiento de presas, canales y arroyos. Los escurrimientos de las cuencas provocaron la invasión de cauces y predios con grava, arena y lodo al igual que inundaciones en grandes extensiones agrícolas que originó la destrucción de cultivos, sin que se tenga oficialmente el registro total de las pérdidas. Pues el entonces gobernador del estado, Miguel Alemán Velasco, minimizó el impacto del desastre.
Hubo destrucción total de parcelas; en la actividad pecuaria hubo pérdidas de ganado principalmente por arrastre e inundación de pastizales. Otras afectaciones ocurrieron en las viviendas, las redes eléctricas, y la infraestructura de agua potable, de drenaje y comunicaciones terrestres y fluviales.
La acusación de los pobladores fue que la operación de la presa Necaxa fue el génesis del desastre. Desde el pueblo de Necaxa hasta la costa de Veracruz proliferaron los convencidos de que esa presa había vertido agua de más, lo que llevó varias querellas contra el gobierno de Puebla y la Compañía de Luz y Fuerza. El tema fue investigado por varios partidos y por la Cámara de Diputados, pero al final se dio carpetazo al asunto y no se adoptó ninguna medida relevante. Según informes del periódico La Jornada con fecha del 21 de octubre de 1999.
Según las declaraciones de los políticos, el desastre se derivó por la depresión tropical número 11, asociada con el frente frío número 5. Sin embargo los sucesos atmosféricos comenzaron el 17 de septiembre con precipitaciones abundantes y continuaron con la tormenta tropical Harvey y el huracán Gert, los frentes fríos 3 y 4, la onda tropical número 35 hasta el 3 de octubre, un día antes de que el desastre se hiciera evidente, sin que las autoridades federales y veracruzanas tomaran en serio las señales de alerta.
Zedillo perdió la compostura
Las familias del Fraccionamiento Gaviotas en Poza Rica, le mostraron a Ernesto Zedillo cartulinas con preguntas ¿Quién nos dará solución? ¡Exigimos la indemnización!, y otras mujeres lo jaloneaban para que ingresara a sus viviendas y constatara que lo habían perdido todo.
En Gutiérrez Zamora, ante los gritos de la gente quienes querían cambiar los votos por despensas, exigían víveres, pues llevaban días con alimento racionado, y ante la gente alebrestada que clamaba ayuda, Zedillo perdió la compostura y respondió “¿Me dejan hablar? Exijo respeto soy el Presidente de la República” describe el texto del diario El Universal.
Gabriela Vera Cortés, documenta en su investigación que los damnificados se convierten en botín político para los partidos que luchan por expandir su presencia en las regiones afectadas.
Tras los fenómenos naturales se desplegó el más importante programa del Sistema Nacional de Protección Civil. Fuentes castrenses cifraron en 21 mil 640 el número de efectivos destinados a las labores de rescate, la más elevada cantidad de soldados ocupados en el Plan DNIII-E.
Tras las inundaciones y deslaves se llevaron a cabo las mayores reubicaciones por desastres en la historia nacional. Más de 100 de estos reasentamientos fueron llevados a cabo en la Sierra Norte de Puebla, en tanto que en Veracruz se realizaron 86.
Cruz para las almas en pena
Decenas de cruces han sido colocadas en las afueras de casas, bajo los árboles y en “cementerios improvisados”, pues los cuerpos nunca fueron encontrados pero es para que “las almas no anden penando” explican los familiares que enmudecen al mirar las calles que alguna vez se convirtieron en ríos potenciales que se llevaron todo lo que pudieron a su paso.
En el fraccionamiento gaviotas, en la calle del Río con la Rueda, las familias colocaron una pequeñas cruz de madera en el año 2000 en honor a las personas que ahí fallecieron, y cada año se realiza la misa. En ese lugar pasó gente flotando, otros más luchaban para salvarse, hubo quienes corrieron con mejor suerte y salieron de entre los muertos.
La cruz fue destruida por jóvenes maleantes, después el joven Sergio García Cruz, colocó con ayuda de otros vecinos una de fierro y que ahí permanece erguida, llena de lodo pues los trabajadores que realizan las labores para “el muro de contención” no la han respetado y por lo tanto, es probable que no se realice la misa a la que convoca la señora Lilia Montiel con el resto de los colonos, quienes recuerdan el desastre de 1999, cuando la furia del agua se tragó las casas. (Septiembre 2009)